domingo, 1 de junio de 2008

Tiempos de juego

Me gusta la casa de mi abuela, me gusta ir para allá. Pero no me gusta ni por mi abuela ni por la casa, ambas me son algo indiferente. Yo voy al patio.

Cada tarde de verano me asomo por esos lados, incluso comienzo a ir antes, cuando los frutos aún no terminan de madurar. Algunos me los como cuando todavía están verdes, no importa que enferme del estómago, si sucede preparo alguna agüita de hierbas conveniente que me repone rápidamente antes de tener que partir de vuelta a mi casa.

Hay un palto, un níspero, un limón, un naranjo y un montón de otros árboles, pero todos de a uno. Cada cual parece no tener más compañía que ellos mismos, y yo, que vengo a verlos.

El níspero es mi árbol favorito tiene como cinco niveles, sus ramas comienzan bien abajo así que no cuesta mucho subir. Lo mejor está arriba, ahí tengo todo lo que busco: los mejores frutos, una muy buena vista y el viento que refresca la tarde. Eso sí que debo tener cuidado de no soltarme jamás de sus ramas que están siempre en movimiento.

Los nísperos, la fruta, me los como desde que están amarillos, pasan por naranjo y llegan a ponerse como pasas cuando nadie se los come. ¿Por qué nadie los saca y deben morirse secos en la rama? ¿Es que acaso nadie sabe que si no lo hacen el próximo año no saldrán tantos? No entiendo a mi abuela porque los deja ahí.

El cerezo es distinto, a ese sí cuesta escalarlo, debo traer un piso o algo que me sirva de apoyo para llegar a sus primeras ramas. Una vez ahí subo tan sólo dos niveles y llegó a lo más alto. No es fácil alcanzar toda su fruta, es que sus ramas son más débiles y debo cuidarme de no caer, ya me ha pasado y no es gracioso, es más bien doloroso caer tumbada al suelo. Sus frutos son los más esperados, pero pueden ser sacados sólo cuando han madurado, las más rojas son las más deliciosas. Yo siempre ayudo a recogerlas y soy capaz de llenar canastos y canastos. Para mí guardo aquellas especiales, esas que de un solo brote sale un montón de cerezas, esas me sirven para jugar que soy una gran doncella con hermosas joyas y brillantes.

No todo es árbol en ese jardín, también están los arbustos como el maqui y la granada en flor, esos los saco con mis manos y los guardo en los bolsillos de mi delantal. Luego busco una buena sombra donde cobijarme.

Elijo el mejor lugar en el pasto para recostarme. Le robo un viejo chal a mi abuela y me tiendo sobre él si tengo que estudiar o leer, pero siempre acompañada por algo que comer.
Pero eso no es lo único que hago, pienso mucho. A ratos me imagino que viviría aquí para siempre, pero en seguida temo que perdería el habla de tanto enmudecer. En otras ocasiones me sonrío sola, es que me veo viviendo como la protagonista de la última historia de la revista Jazmín, que acabo de leer.

Sé que de algo me estoy perdiendo, sé que la vida no puede ser sólo esto; sentir, oler y comer, luego abro mis ojos y sólo veo pasto, árboles, frutos, sol y viento. No sé que pasa ahí fuera, las noticias dicen que se disputan la ley y la justicia, el dinero y el poder. No sé si el malo es tan malo y si el bueno lo es, al menos a mí no me parece.

Sé que algún día veré estos días como pasado casi olvidado, la vida tiene que venir por mí, y quizás entender qué es lo me retiene aquí, donde ningún otro ser humano ha estado.

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